Nota
del Autor (OLL).
Hay experiencias y sensaciones en la vida que, sin tener del todo claro el
porqué, nos atrapan para siempre y, en un sitio preferente, se quedan guardadas
en nuestro armario espiritual. Son recuerdos que nunca nos abandonarán y, de
forma recurrente, acudirán a nosotros en aquellos buenos momentos compartidos
con amigos, familia, simplemente compañeros de fatiga, o con quien quiera esté
dispuesto a compartir con nosotros un agradable rato de placentera
conversación.
Resulta curioso, pero a menudo esas prácticas
vitales, que dejan tan indeleble huella en el ánimo y en el alma, suelen ser
aquellas que nos retrotraen en el tiempo o son vividas en entornos donde una
naturaleza salvaje nos muestra los escenarios en los que nuestros antepasados o
nuestros ancestros evolutivos, desarrollaron su vida.
Por
Ángel Alonso (OLL)
Con el discurrir de la evolución los humanos
fuimos optando por desarrollar nuestra actividad con la luz del sol y
consagrarnos al descanso durante la noche. Pero quizás hubo que esperar hasta
el descubrimiento del fuego para, además, dedicarnos a las reuniones sociales
entorno a una hoguera, a la liberación de la imaginación, a la espiritualidad,
a la transmisión de la experiencia colectiva, al entretenimiento y, por qué no,
también a la magia.