Nota
del Autor (OLL).
Hay experiencias y sensaciones en la vida que, sin tener del todo claro el
porqué, nos atrapan para siempre y, en un sitio preferente, se quedan guardadas
en nuestro armario espiritual. Son recuerdos que nunca nos abandonarán y, de
forma recurrente, acudirán a nosotros en aquellos buenos momentos compartidos
con amigos, familia, simplemente compañeros de fatiga, o con quien quiera esté
dispuesto a compartir con nosotros un agradable rato de placentera
conversación.
Resulta curioso, pero a menudo esas prácticas
vitales, que dejan tan indeleble huella en el ánimo y en el alma, suelen ser
aquellas que nos retrotraen en el tiempo o son vividas en entornos donde una
naturaleza salvaje nos muestra los escenarios en los que nuestros antepasados o
nuestros ancestros evolutivos, desarrollaron su vida.
Por
Ángel Alonso (OLL)
Con el discurrir de la evolución los humanos
fuimos optando por desarrollar nuestra actividad con la luz del sol y
consagrarnos al descanso durante la noche. Pero quizás hubo que esperar hasta
el descubrimiento del fuego para, además, dedicarnos a las reuniones sociales
entorno a una hoguera, a la liberación de la imaginación, a la espiritualidad,
a la transmisión de la experiencia colectiva, al entretenimiento y, por qué no,
también a la magia.
Y esa magia que, ya de por sí, tiene la
noche, acentúa nuestras sensaciones y nos hace más perceptivos y más receptivos
emocionalmente. La fascinación, el misterio y también el temor a lo que no
vemos, se suman a la belleza inquietante de la nocturnidad en plena naturaleza.
A la luz de un cielo estrellado nos encontramos más desinhibidos y, quizás por
eso, somos más propensos a enamorarnos. Bajo un firmamento cuajado de estrellas
nos sentimos vulnerables y, al mismo tiempo, los humildes reyes de la creación, capaces de lo mejor, pero también de lo peor.
Quien ha tenido la fortuna de vivirlo,
jamás olvidará el anochecer a la orilla del mar… Navegar con la mar en calma
bajo las estrellas… La contemplación de la aurora boreal, inmersos en un
paisaje ártico… La observación de la luna llena elevándose sobre las dunas del
desierto… La visualización de un cielo surcado por meteoritos a casi seis mil
metros de altura en plena Cordillera del Himalaya… Y dejo para el final una
animada charla alrededor de un fuego de campamento, en algún lugar de la
sabana, bajo el mismo techo estrellado que contemplaran los primeros homínidos
en África Oriental…
Todos estos recuerdos tienen una ubicación
común… La noche… Pero lo que hace diferente a la sabana africana de los demás
escenarios es que, en medio de la más cerrada oscuridad, notaremos que nos
invade una extraña y ancestral sensación hogareña mientras, sentados alrededor
de un acogedor fuego de campamento, escuchamos el rugido del león, el retumbar
del suelo al lanzarse la estampida de los ñus y las cebras, y el grito agónico
de la presa cobrada como resultado de la cacería…
Y es precisamente este evocador escenario
el que ha elegido Fernando González Sitges, como hilo conductor para ambientar
su libro de cuentos, De noche en la selva
(Varasek Ediciones), en el que comparte con el lector cinco interesantes
historias que cumplen con creces los objetivos exigibles a un libro de cuentos
para adultos, con alma viajera.
Aunque al final de este texto se incluye
el enlace con la reseña del libro, aprovecho la oportunidad que me da, quien
tiene la generosidad de leer estas líneas para, alrededor de un imaginario
fuego de campamento, decir que De noche
en la selva me ha gustado… Es interesante, muy evocador y, sobre todo, deja
la agradable sensación de haber leído algo bonito… Sin entrar en las historias
que se cuentan, que son preciosas, a mi juicio lo mejor del libro es el
despliegue de los amplios conocimientos del entorno del autor y su gran
capacidad para describirlo… Como buen explorador y documentalista, y como si de
una misteriosa expedición imaginaria se tratase, Fernando guía al lector con
sobrada solvencia por atractivos y exóticos paisajes, llenos de vida, con
profusión de plantas y animales, haciendo del recorrido una experiencia maravillosa
en la que, como ocurre en las buenas prácticas viajeras, lo importante es el
camino y el final tan solo es el punto al que tenemos que llegar…
Ni que decir tiene que ya he felicitado a
Fernando González Sitges y recomiendo su libro, De noche en la selva.
Gracias y un abrazo,
Ángel
Alonso
A
todos aquellos que, temerosos de la oscuridad, disfrutan de la noche…
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