viernes, 25 de enero de 2019

De noche en la selva

Nota del Autor (OLL). Hay experiencias y sensaciones en la vida que, sin tener del todo claro el porqué, nos atrapan para siempre y, en un sitio preferente, se quedan guardadas en nuestro armario espiritual. Son recuerdos que nunca nos abandonarán y, de forma recurrente, acudirán a nosotros en aquellos buenos momentos compartidos con amigos, familia, simplemente compañeros de fatiga, o con quien quiera esté dispuesto a compartir con nosotros un agradable rato de placentera conversación.


Resulta curioso, pero a menudo esas prácticas vitales, que dejan tan indeleble huella en el ánimo y en el alma, suelen ser aquellas que nos retrotraen en el tiempo o son vividas en entornos donde una naturaleza salvaje nos muestra los escenarios en los que nuestros antepasados o nuestros ancestros evolutivos, desarrollaron su vida.


Por Ángel Alonso (OLL)

Con el discurrir de la evolución los humanos fuimos optando por desarrollar nuestra actividad con la luz del sol y consagrarnos al descanso durante la noche. Pero quizás hubo que esperar hasta el descubrimiento del fuego para, además, dedicarnos a las reuniones sociales entorno a una hoguera, a la liberación de la imaginación, a la espiritualidad, a la transmisión de la experiencia colectiva, al entretenimiento y, por qué no, también a la magia.

Y esa magia que, ya de por sí, tiene la noche, acentúa nuestras sensaciones y nos hace más perceptivos y más receptivos emocionalmente. La fascinación, el misterio y también el temor a lo que no vemos, se suman a la belleza inquietante de la nocturnidad en plena naturaleza. A la luz de un cielo estrellado nos encontramos más desinhibidos y, quizás por eso, somos más propensos a enamorarnos. Bajo un firmamento cuajado de estrellas nos sentimos vulnerables y, al mismo tiempo, los humildes reyes de la creación, capaces de lo mejor, pero también de lo peor.

Quien ha tenido la fortuna de vivirlo, jamás olvidará el anochecer a la orilla del mar… Navegar con la mar en calma bajo las estrellas… La contemplación de la aurora boreal, inmersos en un paisaje ártico… La observación de la luna llena elevándose sobre las dunas del desierto… La visualización de un cielo surcado por meteoritos a casi seis mil metros de altura en plena Cordillera del Himalaya… Y dejo para el final una animada charla alrededor de un fuego de campamento, en algún lugar de la sabana, bajo el mismo techo estrellado que contemplaran los primeros homínidos en África Oriental…

Todos estos recuerdos tienen una ubicación común… La noche… Pero lo que hace diferente a la sabana africana de los demás escenarios es que, en medio de la más cerrada oscuridad, notaremos que nos invade una extraña y ancestral sensación hogareña mientras, sentados alrededor de un acogedor fuego de campamento, escuchamos el rugido del león, el retumbar del suelo al lanzarse la estampida de los ñus y las cebras, y el grito agónico de la presa cobrada como resultado de la cacería…

Y es precisamente este evocador escenario el que ha elegido Fernando González Sitges, como hilo conductor para ambientar su libro de cuentos, De noche en la selva (Varasek Ediciones), en el que comparte con el lector cinco interesantes historias que cumplen con creces los objetivos exigibles a un libro de cuentos para adultos, con alma viajera.

Aunque al final de este texto se incluye el enlace con la reseña del libro, aprovecho la oportunidad que me da, quien tiene la generosidad de leer estas líneas para, alrededor de un imaginario fuego de campamento, decir que De noche en la selva me ha gustado… Es interesante, muy evocador y, sobre todo, deja la agradable sensación de haber leído algo bonito… Sin entrar en las historias que se cuentan, que son preciosas, a mi juicio lo mejor del libro es el despliegue de los amplios conocimientos del entorno del autor y su gran capacidad para describirlo… Como buen explorador y documentalista, y como si de una misteriosa expedición imaginaria se tratase, Fernando guía al lector con sobrada solvencia por atractivos y exóticos paisajes, llenos de vida, con profusión de plantas y animales, haciendo del recorrido una experiencia maravillosa en la que, como ocurre en las buenas prácticas viajeras, lo importante es el camino y el final tan solo es el punto al que tenemos que llegar…

Ni que decir tiene que ya he felicitado a Fernando González Sitges y recomiendo su libro, De noche en la selva.

Gracias y un abrazo,
Ángel Alonso
  
A todos aquellos que, temerosos de la oscuridad, disfrutan de la noche…

De noche en la selva


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