El brillante compilador de la teoría de la evolución
El 12 de febrero de 1809 nació en Shrewsbury, Reino Unido, uno de los científicos más influyentes de todos los tiempos, Charles Robert Darwin. Cincuenta años después, el 24 de noviembre de 1859, publicó su revolucionaria obra, El Origen de las Especies. Su teoría de la evolución revolucionó a la sociedad de su época y las reacciones de los contrarios a sus postulados, aún continúan.
Hijo de un médico de buena posición y nieto del famoso médico, filósofo, naturalista y poeta inglés Erasmus Darwin, el joven Charles iba para médico y teólogo, pero el legado de su abuelo y, sobre todo, la lectura de las obras de Alexandre von Humboldt, le guiaron a las ciencias naturales.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, Darwin no fue un hombre hecho a sí mismo, sino que nació en el seno de una familia económicamente acomodada, en la que el joven Charles recibió el legado de sus dos abuelos a los que nunca conoció, pero de los que obtuvo su herencia genética y su legado. Del materno, Josiah Wedgwood, dueño de una reputada fábrica de porcelana de Gran Bretaña, además de dinero obtuvo un espíritu emprendedor y un especial talento para experimentar con cosas nuevas. Del paterno, Erasmus Darwin, médico, naturalista, científico, inventor, filósofo y poeta, heredó su afición por las ciencias naturales, su imaginación y unas ganas inmensas por investigar y por conocer.
Apenas conoció a su madre, Susannah Wedgwood, ya que ésta murió de enfermedad cuando Darwin tenía tan sólo ocho años. En cuanto a su padre, Robert Waring Darwin, médico de éxito y hábil administrador del patrimonio familiar, permitió que, tras cursar estudios de medicina y de teología, al final el joven Chales Darwin cumpliese con su destino y finalmente se consagrase a las ciencias naturales, embarcándose el 27 de diciembre de 1831 en un viaje de exploración alrededor del mundo, cuya misión principal era la de trazar la cartografía de las costas de América del Sur y de todas aquellas tierras a las que arribasen... Comenzaba así el gran viaje iniciático de Charles Darwin a bordo del HMS Beagle, que habría de llevarle en 1835 a las Islas Galápagos en donde, sin saberlo por aquel entonces, comenzaría a materializar su teoría de la evolución, que no publicaría como El Origen de las Especies hasta finales de noviembre de 1859, veintitrés años después de que el HMS Beagle hubiese completado su singladura.
Pero, sin desmerecer los méritos de Darwin, sería del todo injusto no mencionar que hubo otros investigadores, entre ellos su propio abuelo paterno, que, adelantándose varios años e incluso décadas al postulado de Darwin, ya anunciaron en sus estudios lo que iba a ser, finalmente, la teoría de la evolución. Por tanto, la célebre teoría “no fue creada” por Darwin, sino que nació muchos años antes que él y fue “evolucionando” impulsada por científicos de distinta procedencia, pero con un punto en común: su capacidad de observación y su gran afición por las ciencias naturales.
Se sabe que Darwin les leyó a todos ellos y que, basándose en sus investigaciones, pudo sumar sus propios estudios, su talento y su gran capacidad de trabajo. Son muchos los que opinan que la teoría de la evolución hubiera terminado por imponerse incluso sin Darwin, debido a las múltiples líneas de investigación que ya se venían barajando desde principios del siglo XIX, pero al final fue el naturalista británico el que acabó por acaparar la paternidad global de la criatura y pasar a los libros de Historia como el autor de una teoría que revolucionaría la sociedad de la época y que aún hoy, 150 años después de su publicación, todavía tiene un gran número de detractores.
Entre los otros padres que pudieron aportar sus genes a la evolución de la teoría de la evolución, se encuentra un militar español que, antes de que Darwin hubiera nacido, ya llevaba más de veinte años hablando de la evolución de las especies por selección natural. El nombre de este lugarteniente, nacido en 1742 en Barbuñales, Huesca, era Félix de Azara, un veterano en la guerra contra Argel que, en 1781, fue destinado a Paraguay para demarcar fronteras en los territorios de España en América del Sur. Azara, abrumado por la exuberante fauna de Sudamérica, comenzó a tomar notas de sus observaciones en un cuaderno que, con el paso de los años, cuajaron en numerosos libros de Historia Natural, en los que el militar y naturalista español dejó plasmados sus investigaciones sobre la existencia de mecanismos de adaptación de los animales al medio en el que viven, llegando a la conclusión de que las especies pueden extinguirse, algo impensable para su tiempo y que podría ser incompatible con la creación divina. El propio Darwin haría referencia a Félix de Azara en múltiples ocasiones e incluso lo citaría en El Origen de las Especies.
Sea como fuere, Darwin supo sacar adelante su obra de forma brillante y aguantar el ataque de aquellos que, utilizando todo tipo de descalificaciones, se oponían a la teoría de la evolución. Más de doscientos años después de su nacimiento y más de ciento cincuenta años desde la publicación de El Origen de las Especies, la polémica aún continúa en algunos sectores que siguen esgrimiendo el creacionismo divino.
Durante 2009, el año del bicentenario de
su nacimiento, la Humanidad rindió un merecidísimo homenaje a la figura de
Charles Darwin, el naturalista que quiso saber de dónde procedía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario