Por Ángel
Alonso (OLL).
Dicen las gentes de la región, que “el Kilimanjaro es una montaña capaz de sacar
lo mejor y lo peor de nosotros mismos, que en sus laderas nos podemos hacer
grandes o pequeños, y que aquellos que consiguen llegar a la cima pueden ver su
alma reflejada en los hielos perpetuos de sus glaciares…”
“Pole… pole…”
Me decía, de cuando en cuando, el guía que me acompañaba mientras trataba de
subir por las laderas del techo de África…
Lo que trataba de decirme en suajili
mi atento compañero de ascensión, es que fuera despacio, “poco a poco…” Pero en realidad y a mi modo de ver, tampoco hacía
falta que me dijera nada porque rápido, lo que se dice rápido, no iba… Las
razones, primero que “la cuesta se las traía” y, segundo, que avanzaba
intentando disfrutar al máximo del entorno, procurando que nada se me escapase,
sabedor que estaba en el lugar con el que en tantas ocasiones había soñado y
tratando de impregnarme de olores, colores y sonidos, al objeto de poder
recordarlos durante el resto de mi vida…
Y el tiempo pasa y aunque ya han pasado unos cuantos
años, de momento mantengo bien la memoria y recuerdo mi ascensión al
Kilimanjaro como una experiencia fantástica por poder ver y tocar lo que, en el
futuro, tan sólo se podrá observar en fotografías e imágenes del pasado… Haber
visto y pisado sus legendarias nieves significa sentirse un auténtico
privilegiado ya que, según algunos estudios, dentro de unos diez o, a lo sumo,
quince años, el perpetuo manto blanco que envuelve la cumbre que inmortalizara
Hemingway, desaparecerá irremediablemente del paisaje en la sabana africana.
El Kilimanjaro o Uhuru, al que
los chagga que habitan en sus laderas
conocen como Kilima Ndjaro, que en su
lengua bantú significa Monte Blanco, y al que los masai denominan Ngaje Ngai, La Casa de Dios,
está situado al noreste de Tanzania, cerca de la frontera con Kenia. Icono de
los países africanos de la zona, el Kilimanjaro pertenece por entero a Tanzania
desde que el emperador Guillermo de Prusia reclamara a su prima, la británica
reina Victoria, que ella poseyera dos montañas (Kenia y Kilimanjaro) y, a
consecuencia de ello, accediese a volver a trazar dicha frontera.
Posteriormente “el detalle” tendría una importancia relativa ya que, a la
conclusión de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña, no solo volvería a
recuperar el Kilimanjaro, sino que, en 1920, en virtud de un mandato de la
Sociedad de Naciones, pasaría a controlar la mayor parte de la colonia del
África Oriental Alemana, el extenso territorio de Tanganica que, por aquel
entonces, incluía las actuales Tanzania, Burundi y Ruanda. Los dos últimos
pasarían a ser administrados por Bélgica, y el resto del territorio, que
mantendría el nombre de Tanganica, se mantendría como colonia británica hasta
su independencia en 1961. Fue en 1964 cuando, tras fusionarse con la isla de
Zanzíbar, nacería la actual Tanzania.
La primera visión es imponente… Dueño y
señor del paisaje de la región, el Kilimanjaro se recorta majestuoso en el
horizonte y cierra la sabana, sirviendo como telón de fondo a las acacias y a
la abundante fauna de la región en todo su apogeo. Cebras, jirafas, elefantes,
búfalos, gacelas, ñus, leones, leopardos, guepardos, etc., escenifican el drama
diario de la supervivencia, salpicando un paisaje irrepetible que constituye,
en sí mismo, uno de los grandes tópicos de África.
Geológicamente el Kilimanjaro es un volcán
perteneciente a la gran Falla del Rift, con dos picos separados entre sí once
kilómetros, que quedan unidos por un amplio collado a una altura de unos 4.600
metros. El Kibo, con 5.895 metros, es el pico más alto, y su cima desnuda y
helada se conoce como Uhuru Peak; y el otro es el Mawensi, cuya cumbre se eleva
5.354 metros sobre el nivel del mar. El cráter central del Kibo, de dos
kilómetros de anchura y trescientos metros de profundidad, presenta una
actividad volcánica continua y está cubierto por una capa de hielo en la que se
abren varios cráteres.
En sus laderas inferiores se cultiva café
y plátano, mientras que a mayores alturas vamos encontrando, sucesivamente,
bosque denso, brezales, vegetación alpina, musgos y líquenes. Los primeros glaciares,
en claro y alarmante retroceso, no hacen su aparición hasta una altura
aproximada de 4.300 metros.
Hubo que esperar hasta 1848 para que los
europeos lo descubrieran. Fue el misionero alemán Johannes Rebmann el primero
que lo divisó y su testimonio fue puesto en entredicho por los geógrafos de la
época, al considerar imposible la presencia de nieves perpetuas tan cerca de la
línea del ecuador. Menos aún podían imaginar aquellos geógrafos que todavía
quedaba por descubrir el Macizo del Ruwenzori, también conocido como las Montañas de la Luna, situado en plena
divisoria del ecuador y en donde sus habituales nevadas poco tienen que
envidiar, por su cuantía e intensidad, a las de cualquier otra gran cordillera
montañosa del planeta. La primera ascensión completa al Kilimanjaro, de la que
se tiene constancia, la realizarían en 1889 el geógrafo alemán Hans Meyer y el
alpinista austríaco Ludwig Purtscheller.
Una de las ascensiones más famosas de las
que han llegado hasta nuestros días, la protagonizó en 1937 el escritor
estadounidense Ernest Hemingway, quien recogió en su libro, Las Nieves del Kilimanjaro, como cerca
de la cumbre oeste encontró el esqueleto seco y helado de un leopardo, sin que
nadie hasta la fecha haya podido explicar que fue lo que pudo impulsar al
felino a subir hasta allí… Por eso, mientras ascendía por sus laderas, además de soñar con
alcanzar su cima más alta, también tenía la ilusión de descubrir sus rarezas
románticas como la del leopardo de Hemingway o la de los restos de un elefante descubierto, años
atrás, a más de 5.000 metros.
Lamentablemente, el poco tiempo disponible para estar
en la cumbre antes de iniciar el descenso y el cansancio, mermaron mi capacidad
y las ganas de realizar una observación más concienzuda… Aun así, el guía
aseguraba que los restos estaban ahí y mi imaginación se desbordó buscando las
causas por las que un leopardo y un elefante iniciaron el camino sin retorno
hacia el cielo de África. ¿Qué pudo lanzar a esas bestias a abandonar su
entorno en la sabana o en la falda de la montaña, para adentrarse en un paisaje
desconocido y, más tarde, letal?
Es seguro que los dos animales fuesen notando los
efectos de la altura, el frío, el hambre e incluso la sed a medida que
ascendían, pero… ¿qué pudo impulsarles a continuar en contra de su instinto y
qué buscaban? ¿Realmente eran conscientes de querer alcanzar las cimas
del Monte Blanco como lo denominan los chaga, los
habitantes más próximos en la zona?... ¿O pudiera ser que tan sólo se tratase
de dos criaturas desorientadas y sin ninguna capacidad de supervivencia debido
al cansancio?
No vi a mis amigos el leopardo y el elefante, pero, en
cualquier caso, seguirán para siempre en la cima del Kilimanjaro desafiando a
los científicos que busquen una explicación y alimentando los corazones de los
soñadores como yo, capaces de ver en ello una enigmática y preciosa historia, envuelta
en la leyenda y repleta de épica.
Punto de referencia geográfico de miles de
corazones inquietos, el Kilimanjaro ha alentado los sueños de varias
generaciones de viajeros y aventureros deseosos de comprobar, por sí mismos, la
grandiosa belleza de sus paisajes y entorno. También ha habido quienes se han
sentido atraídos por el romanticismo que envuelve su alta cima situada en una
de las zonas con mayor concentración de animales salvajes del mundo. Y puede
que, ¿por qué no?, quien sintiéndose arrastrado por el misterio y la leyenda,
haya viajado hasta sus estribaciones en busca de las mismísimas Minas del Rey Salomón.
No es una cumbre difícil, ni especialmente
alta, pero por su belleza, su situación y por su entorno, ejerce un magnetismo
irresistible… Todo lo que imaginemos y más, está ahí… En la montaña que, según los nativos,
para su ascensión exige lo mejor y hace purgar lo peor de nosotros mismos… Un
enorme templo natural con el que los masai puede que estén en lo cierto y que, entre las nieves de sus
cumbres, es posible que se encuentre la Casa de Dios… Por todo ello, el
Kilimanjaro ofrece una excelente oportunidad para hacer realidad el sueño de vivir una hermosa aventura
africana.
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