sábado, 16 de junio de 2018

El Tren Lunático

Nota del Autor (OLL). Me consta que no soy el único que quedó fascinado por aquella escena inicial de la maravillosa película de Sydney Pollack, Memorias de África, en la que un pequeño y humeante tren atravesaba la sabana… Con el encanto y la practicidad de aquellos tiempos, el convoy se detenía en medio de la llanura para recoger el marfil que cargaba el personaje interpretado por Robert Redford y cuyo destino era Nairobi.  En ese tren, rodeada de los lujos victorianos de la época que era posible poner a disposición de un pasajero de primera clase, viajaba el personaje de Karem Blixen en su llegada a Kenia para reunirse con su marido y primo, el barón Bror von Blixen. Y fue durante aquella breve parada, en medio de la sabana, cuando la danesa que escribiría bajo el seudónimo de Isak Dinesen tuvo su primer contacto con el que sería su amante, el cazador y piloto estadounidense, Denys Finch-Hatton.

Más tarde Karem Blixen se instalaría en las Tierras Altas, cercanas a Nairobi, donde, con la colaboración de los kikuyu, se dedicaría al cultivo del café en su famosa granja al pie de las colinas de Ngong… Allí también construiría una escuela para los niños de la zona y su célebre vivienda principal, conocida como M’bogani que en suajili significa la mansión de los bosques, en donde, primero junto a su marido y más adelante en compañía de su amante, transcurrirían los mejores años de su vida. Pero esa es otra historia…


Lo que sigue a continuación trata sobre los orígenes y construcción del ferrocarril que consolidaría la colonización y el control del Imperio Británico en la región. Para los que estén interesados y tengan la oportunidad, resulta muy recomendable una visita al Museo del Ferrocarril en Nairobi. Allí, además de poder conocer su historia con mayor profundidad, se pueden ver evocadoras fotografías, observar curiosos objetos e incluso subir a las locomotoras, o entrar en algunos de los vagones que allí se conservan. En definitiva, un viaje a un tiempo único, en un entorno fascinante…


Por Ángel Alonso (OLL)

Todo comenzó a finales del siglo XIX cuando la Gran Bretaña victoriana decidió echar el resto para mantener el control de sus territorios en el África Oriental, norte de Tanganika, actual Kenia, los británicos consideraron prioritario aumentar su presencia en el Lago Victoria y asentar su autoridad en la mayor extensión de territorio posible. Por aquel entonces los belgas ocupaban los actuales Congo, Ruanda y Burundi, mientras que Alemania mantenía su presencia en el territorio del sur de Tanganika, actual Tanzania, y no disimulaba sus intenciones expansionistas hacia norte y oeste.

Debido a la alta belicosidad de las tribus que lo habitaban, por aquel entonces en la zona tan sólo quedaba un territorio libre de potencias europeas. Un territorio que cerraba al oeste con el Macizo del Ruwenzori, también conocido como las Montañas de la Luna, y que, hacia el norte, permitiría a los británicos establecer un corredor para el envío de tropas y suministros desde el Índico hacia Sudán y Egipto. Ese territorio era la actual Uganda, por aquel entonces un país cohesionado por un poderoso rey local con el que los británicos se presentaban mejor situados que otros. El hecho se debía a la labor de un importante número de exploradores que, para mayor gloria de su graciosa majestad británica, se había internado por aquellas tierras y había establecido relaciones desde hacía ya varias décadas.


Con este panorama internacional Gran Bretaña necesitaba en la zona un medio de transporte rápido. La ruta a pie, además de dura y muy peligrosa, podía prolongarse durante varios meses con el consiguiente coste y desgaste de las tropas que hubiese que enviar en caso de revuelta o de injerencias de otras potencias. Debido a éstas y otras razones, se hizo imprescindible la construcción de un ferrocarril. Y fue por eso por lo que, en 1893, el Parlamento de Westminster aprobó un presupuesto de tres millones doscientas cincuenta mil libras para realizar el tendido de una vía que permitiera realizar un eficiente transporte de tropas, desde Mombasa al Lago Victoria en Uganda, en tan sólo un día y medio.

La tarea fue encargada a un experimentado ingeniero llamado George Whitehouse y para el tendido de las vías se decidió importar coolies indios, miembros de las castas más bajas que, en una cifra superior a 15.000, fueron traídos desde la India. Los ingenieros británicos solo contrataban a los nativos negros como porteadores, pues los consideraban muy holgazanes para trabajar como peones. 


Fue en mayo de 1896 cuando se tendieron los primeros raíles del Uganda Railway sobre un territorio indómito, en plena sabana africana, con una de las mayores concentraciones de vida salvaje del mundo y, de cuando en cuando, jalonado por tribus tan poco amistosas como los masai. Por delante quedaban por construir 576 millas de raíles, cuarenta y tres estaciones y mil doscientos ochenta puentes, hasta Port Florence, hoy Kisumu, en las orillas del Lago Victoria. Posteriormente se abriría un nuevo tramo entre Kisumu y Kampala, capital de Uganda.

Desde un primer momento los trabajadores coolies se vieron afectados y diezmados por enfermedades como la malaria, el escorbuto, el cólera, el tifus, disentería y úlceras de todo tipo. Mientras tanto la mosca tse-tsé hacía estragos en mulas, bueyes, burros y dromedarios. No obstante, a pesar de todos los gravísimos contratiempos que parecían sucederse a diario, tan sólo hubo uno que estuvo a punto de detener el ritmo frenético de construcción del ferrocarril… Fue a finales de 1898 cuando, en las inmediaciones del río Tsavo, dos enormes leones se aficionaron a la carne de coolie y de porteador nativo en su menú diario. El terror de los trabajadores a ser devorados, por lo que consideraban demonios reencarnados, los llevó a la huelga hasta que los dos leones asesinos fueran eliminados.
     
      
Después de muchas vicisitudes, de veintiocho coolies y de un número indeterminado de nativos devorados (se cree que fueron más de cien), las dos fieras fueron abatidas por el coronel Patterson, ingeniero encargado de la construcción de un puente sobre el río Tsavo y un apasionado de la caza. Una vez solucionado el problema los trabajos se reanudaron y continuaron al ritmo enloquecido habitual. Los dos enormes leones, devoradores de hombres, se disecaron y todavía se pueden contemplar en el Museo de Historia Natural de Chicago, donde su aspecto sigue siendo terrorífico.

En 1899 la vía del ferrocarril llegó a una zona pantanosa y llena de fauna salvaje, aproximadamente situada en la mitad del trayecto total, que los masai llamaban Nyrobi, en donde se estableció una base de aprovisionamiento y, debido a la bondad del clima, hacia finales de ese mismo año comenzó a asentarse un gran número de europeos dando lugar a la ciudad de Nairobi.


Por fin el 20 de diciembre de 1901, tras cinco años y medio de penalidades, el trazado del mítico Tren Lunático, el mismo que la danesa Karen Blixen recogió en su libro Out of Africa, completó su recorrido a las orillas del Lago Victoria, marcando el curso de la historia en esta parte del mundo. Durante los trabajos del tendido de la línea habían muerto más de 2.400 personas, pero, como contrapartida, Gran Bretaña había reforzado su imperio y mantendría por varias décadas su hegemonía en el África Oriental.

Aunque en una primera impresión pudiera parecer que el sobrenombre de Tren Lunático pudiera venirle por acabar en Uganda, país de las misteriosas Montañas de la Luna, lo cierto es que el apelativo de este transporte resulta muy apropiado si se tiene en cuenta que, a pesar de los muchos percances, fue construido a ritmo frenético, en un tiempo récord, con los medios de la época.    


Venido a menos en las últimas décadas, en la actualidad tan sólo se mantiene en servicio el trayecto de Mombasa a Nairobi y aunque el tramo de ferrocarril que comunicaba Nairobi con Uganda está inoperativo y sus vías abandonadas, resulta muy evocador el descubrir, de cuando en cuando, alguno de sus trechos con sus raíles asomándose y perdiéndose en la sabana. Algunas de sus estaciones, como la de Nakuru, todavía permanecen en pie y aún es posible contemplar, detenida en el tiempo, gran parte de su infraestructura en los puntos de aprovisionamiento de agua o carbón. Parece ser que ese gran atractivo de otros tiempos pudiera ya haber sido percibido por las autoridades keniatas y que, en un futuro, se intentase la reconstrucción del ferrocarril original como un reclamo turístico de primer orden y, también, como forma de mejorar la red de transportes del país.

El reacondicionamiento y la vuelta a la operatividad del Tren Lunático podría ser la iniciativa turística más ambiciosa de Kenia para los próximos años. Un proyecto que, además de una fuerte inversión, también requerirá de las máximas condiciones de seguridad que, ahora mismo, nadie puede garantizar. Debido a ello es probable que todavía haya que esperar algún tiempo para que una antigua locomotora humeante vuelva a recorrer la sabana y, viajando en alguno de sus vagones, podamos revivir nuestras particulares Memorias de África.
      
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