Un futuro ligado a la racionalidad y la tecnología
Si el siglo XX representa el final del descubrimiento de las tierras emergidas, el siglo actual inicia una época dorada de la exploración de los abismos marinos, de las entrañas del propio planeta y del Espacio.
Por Ángel Alonso (OLL)
Principalmente durante los últimos seiscientos años, Europa ha esparcido su civilización por todo el planeta llegando a los lugares más recónditos. El Gran Altas de la Tierra puede aún presentar regiones poco conocidas, pero en sus mapas ya no quedan lugares completamente inexplorados. Parece como si el mundo ya no guardara ningún secreto y que la época de las grandes exploraciones es cosa del pasado… Nada más lejos de la realidad, esto tan sólo acaba de comenzar.
Que, salvo catástrofe de proporciones inimaginables, el hombre está llamado a colonizar el Universo, es algo que a estas alturas de civilización ya nadie cuestiona. Puede que tan sólo tenga que transcurrir una generación para que un grupo de seres humanos habite de forma estable en la Luna, y aún tendrán que pasar alguna generación más para que se establezca una base permanente en Marte. Antes de instalarnos en la Luna y en Marte se explorarán una multitud de cuerpos del Sistema Solar buscando el pasado de la Tierra e intentando encontrar, fuera de nuestro planeta, el elemento más preciado para la vida: el agua.
Hablando de agua resulta cuando menos curioso que, a día de hoy, se tenga un mayor conocimiento de la superficie de Marte que de los fondos oceánicos de la Tierra, de los que tan sólo se ha cartografiado con detalle el 5% y se estima que aún falta por identificar el 90% de las especies que habitan las profundidades. Mientras que doce personas han caminado por la Luna, hasta el momento tan sólo dos seres humanos han conseguido alcanzar el punto de mayor profundidad oceánica, la Fosa de las Marianas, a 10.916 metros bajo las aguas del Pacífico Occidental.
La tercera frontera por explorar la constituyen las entrañas del planeta. Hasta el momento apenas se ha conseguido arañar la superficie de la Tierra y nadie puede imaginar cuantas cavidades esperan para ser exploradas y qué sorprendentes maravillas serán descubiertas cuando se avance hacia el interior.
En realidad, y seguramente simplificando en exceso, da la sensación de que, como en el pasado, la exploración moderna mantiene como uno de sus objetivos principales el abrir nuevos espacios por donde moverse y en los que establecerse. Si en la actualidad se mantiene una Estación Espacial Internacional flotando en el Espacio y se trabaja en proyectar lugares habitables en la Luna, en Marte y quién sabe en cuantos cuerpos celestes más, ¿a quién puede sorprender que en un futuro más o menos cercano, se construyan ciudades submarinas o subterráneas?
Pero antes de llegar a esa realidad queda un todo por hacer a los actuales y futuros exploradores que, al igual que sus predecesores, deberán derrochar grandes dosis de perseverancia, audacia y valor, arriesgando su vida. Las épicas exploraciones de antaño en las que un reducido grupo de seres humanos era capaz de conseguir grandes cosas, han dado paso a épicas exploraciones en las que un reducido grupo de seres humanos son capaces de conseguir grandes objetivos, pero, eso sí, con la utilización de las últimas tecnologías, el concurso de grandísimos equipos de trabajo y el empleo de grandes cantidades de recursos económicos. Mientras que la importancia del ser humano nunca ha dejado de ser decisiva y fundamental en el mundo de la exploración, el desarrollo y el empleo la tecnología ha ido creciendo en protagonismo con el paso de los años y ha marcado en cada momento las metas a alcanzar. Es decir, la exploración moderna es cada vez más tecnológica y más racional.
Hoy en día, exploración, ciencia y conocimiento, son conceptos inseparables. Todavía en la superficie de la Tierra, el reto deportivo o el descubrimiento geográfico, han dado paso a la búsqueda de nuevas especies animales y vegetales, o el hallazgo de restos del pasado y de vestigios de antiguos asentamientos humanos. El moderno explorador ya no busca el Paso del Noroeste, ni sube al Everest, ni intenta batir ningún tipo de récord… El explorador actual se adentra en el territorio de la aventura en busca de conocimiento para compartir. La localización de una tribu no contactada, el descubrimiento de un yacimiento arqueológico, la situación exacta del nacimiento de un gran río, el hallazgo de los restos fósiles de un extraño dinosaurio, la filmación de un animal hasta entonces desconocido, el encuentro con las ruinas de una civilización olvidada o la convivencia con una cultura remota, son retos irresistibles para el explorador moderno.
Marcando objetivos claramente definidos, las expediciones en la actualidad incorporan a su nombre oficial apellidos como: científica, oceánica, arqueológica, etnográfica, zoológica, paleontológica, etc. Los presupuestos para las grandes expediciones, digamos convencionales, son aportados por instituciones que, de esta forma contribuyen a la búsqueda del conocimiento; medios de comunicación, como forma de ofrecer algo exclusivo e interesante a sus lectores, oyentes o televidentes, diferenciándose de la competencia y, con ello, intentando aumentar sus índices de ventas, audiencia, etc.; patrocinadores que buscan un retorno publicitario o una mejora o consolidación de su imagen; o por grandes empresas especializadas que contemplan el coste de una expedición como una inversión y esperan obtener una rentabilidad económica, como por ejemplo la financiación de una expedición a una zona remota de la selva por parte de una importante empresa farmacéutica, de cosméticos, etc.
El presente de la exploración del siglo
XXI es apasionante; el futuro no tiene límites y estará marcado por lo que los
seres humanos sean capaces de imaginar. De momento, cuando en la Tierra todavía
queda mucho por descubrir, ya estamos explorando el Universo.
A todos aquellos, hombres y mujeres de su tiempo, que llevan dentro un explorador.
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