Viaje al Techo
del Mundo
Bam-e Dunia, el Techo del Mundo, así llamaron los persas a las montañas del Pamir. Las escarpadas montañas que se levantaban a orillas del río Oxus, hoy Amu Daria, y que marcaban la frontera de lo desconocido en tiempos de Herodoto.
Ciro el Grande conquistó para los persas las remotas regiones del norte de la Bactria y la Sogdiana, el actual Afganistán y Tayikistán, y Alejandro Magno se desposó, allí con la princesa Roxana, para ganarse el afecto de las indómitas tribus de estas montañas. Por sus remotos valles han circulado caravanas, nómadas y viajeros míticos como Marco Polo.
A finales del siglo XIX la tensión entre los imperios ruso y británico encuentra en estos territorios uno de sus mayores puntos de fricción. Es el tablero elegido para “el Gran Juego” entre ambas potencias. Se suceden escaramuzas militares, camufladas como expediciones geográficas. Las amenazas ante una posible invasión, y por tanto un enfrentamiento abierto, dan pie a una medida salomónica. Las orillas del río Amu Daria servirán cono colchón neutral para separar las fronteras de ambos imperios, creando un pasillo entre las montañas del Pamir e Hindu Kush. Esta tierra de nadie se entregará a Afganistán. Así se crea el Corredor Wakhan, una de las regiones más remotas de Asia Central.
Han pasado muchos años desde aquellos tiempos, los británicos han sido sustituidos por la república de Pakistán y los rusos por el joven gobierno de Tayikistán. Cuando hablamos de las montañas del Pamir, inmediatamente las relacionamos con sus cumbres más altas y populares; Pico Somoni (7.482 metros, antiguo Pico Comunismo), Korzenevskaya (7.105 metros) y Lenin (7.135 metros). En tiempos de la Unión Soviética el gobierno dirigía y coordinaba los campamentos internacionales que se establecían al pie de estas montañas, organizando la estancia y ascensión con alberges y guías. Hoy en día, después de la independencia de las antiguas repúblicas socialistas, las empresas privadas han heredado la organización de las expediciones a estas montañas.
Los grupos que
escalan los gigantes del Pamir apenas tienen tiempo de conocer y moverse por el
país. Desde los aeropuertos de cada capital los helicópteros trasladan
directamente a los alpinistas hasta el mismo campo base. De otra manera el
viaje por tierra se convertiría en una gran empresa, a través de un territorio
con una infraestructura muy pobre y con largas marchas de aproximación a pie,
por un terreno inhóspito y apenas transitado.
El Pamir se extiende desde Kirguistán hasta Afganistán y China. Su mayor superficie se levante en terreno tayiko. Tayikistán fue un país muy blindado en tiempos soviéticos, dada su importancia estratégica frente a Afganistán y China. Más tarde, tras su independencia, sufrió una dura guerra civil, apenas conocida por el resto del mundo. Hoy en día, a pesar de su aparente estabilidad, es necesario solicitar un permiso especial para adentrarse en la región montañosa de Gorno-Badakhsan, con miles de kilómetros de montañas entre 5.000 y 7.000 metros, complejos sistemas glaciares, entre los que se encuentran alguna de las mayores superficies heladas fuera de las regiones polares. También remotos e inaccesibles valles poblados por tayikos, wakhis, nómadas kirguises… Demasiados, y muy desconocidos, factores para intentar, ingenuamente, resumirlo todo en sólo cuatro cotas.
Kabul, julio de 2005
Llego a Kabul desde Islamabad. Estoy sólo y nadie me está esperando en el aeropuerto. En tres días llegará mi amigo David y juntos atravesaremos el país hacia las montañas del Pamir afgano, en el extremo nororiental del país. Arrastro mi petate por los alrededores del aeropuerto, no se permite aparcar a los taxis a una distancia mínima de casi un kilómetro. Negocio un precio razonable y me dirijo a un hotel céntrico, afortunadamente tienen habitaciones libres y no tengo que seguir buscando por la ciudad.
En estos días previos a la llegada de David paseo por Kabul, castigado por años de guerra. La gente no se fija mucho en mí y pronto abandono el miedo inicial a caminar por la calle. Me informo de como podemos viajar hasta el norte del país, para comenzar el viaje en cuanto aterrice mi amigo.
Al principio intentamos alquilar un coche privado, pero pronto nos daremos cuenta de que lo que mejor funciona, y posiblemente lo más seguro, es el transporte local. Vamos quemando etapas por las tortuosas carreteras afganas, sembradas por la chatarra bélica que nos recuerda su pasado más inmediato. Cuatro largos días viajando, apretados en autobuses y furgonetas, nos conducen hasta Qala-e Panja. Esta pequeña aldea, en pleno corazón del Corredor Wakhan, es el punto desde el que comenzaremos a caminar hacia las montañas.
El Pamir afgano es uno de los rincones más remotos de la cordillera, su situación geográfica y política han reducido drásticamente las visitas desde la invasión rusa a Afganistán. La cima más alta es el Koh-e Pamir de 6.320 metros. Nuestro viaje nos permitirá recorrer a pie durante quince días una gran parte de estas montañas, agasajados por la hospitalidad de los pastores wakhis, que se trasladan en verano a vivir a los pastos de alta montaña, y de las tribus kirguisas que habitan en sus yurtas durante todo el año. Cada día contratamos los servicios de un arriero diferente que, con burros, yaks o caballos, nos conduce hasta el siguiente territorio donde cambiamos de nuevo.
Nos adentrarnos por un estrecho valle, que describe el río Ali Su. En su cabecera decidimos permanecer durante los días necesarios para reconocer los glaciares superiores e intentar alguna ascensión interesante. Despedimos a nuestros últimos arrieros y quedamos con ellos para que nos vengan a buscar al cabo de unos días, esperando que nuestro farsi, improvisado con la ayuda de algún diccionario, sea lo suficientemente claro para entender, sin confusión, un tema tan delicado. Durante este viaje decidí que en el futuro debería aprender farsi, para así poder corresponder la hospitalidad de los habitantes de Asia Central donde este idioma es importante. Poder mantener una conversación con un pastor afgano o tayiko mientras compartimos un “chai” (té) sería la mejor recompensa para tal esfuerzo.
Los siguientes días los pasamos en total soledad. Pronto descubrimos un objetivo interesante, Una cresta de cimas, aparentemente vírgenes, que superan los seismil metros. No tenemos mucho tiempo así que cargamos las mochilas y buscamos un camino por el glaciar hasta el pie de estas montañas. Encontramos un sistema de corredores que, parece, no ofrecer demasiados problemas.
Plantamos la tienda en la misma base de nuestro objetivo. De madrugada nos calzamos los crampones y empezamos, lentamente, a subir por pendientes congeladas, delimitadas por líneas rocosas que se precipitan hacia el glaciar. Tras el corredor, las aristas que dibujan los contornos de la montaña nos van anunciando que nos aproximamos a lo que, posiblemente, sea la primera cima de la cadena.
Un último esfuerzo, escalando los labios que rodean un gran serac, nos depositan en la arista final. Desde la cima el horizonte es único. El día es radiante y podemos disfrutar de un espectáculo impresionante. Al sur el Hindu-Kush, casi al alcance de la mano. Al norte el Pamir se extiende hacia los territorios tayikos. Al este Xinkiang. Montañas y valles que han sido protagonistas de la historia de Asia Central y que ya forman parte de nuestra propia vida.
Decidimos nombrar esta cumbre, que sobrepasa tímidamente los seismil metros, como Koh-e Magrhebi, (Montaña del Oeste) intentando ser lo más respetuosos y discretos posibles.
Dushanbe, julio de 2008
Otra vez estoy a las puertas del Pamir, esta vez con Javier y Manu, dos viejos compañeros de viaje y montaña. Esta vez partimos desde Dushanbe, la capital de Tayikistán. Una ciudad llamada “lunes” en farsi, la lengua persa que los tayikos heredaron de Ciro el Grande y que defendieron como seña de identidad frente a los años de control soviético. Hoy reconstruyen orgullosos su pasado. Acaban de sustituir la estatua de Lenin del Parque Central por la del poeta persa Rudaki.
Desde mi primer viaje a Afganistán he pasado muchos sábados por la mañana estudiando farsi en la facultad de filosofía de la Complutense. Y gracias a la ayuda de mi maestro y amigo Saeid, y de algún viaje a Irán, puedo empezar a defenderme en la lengua de Omar Jayam. Aunque en Tayikistán el farsi se mezcla muy habitualmente con el ruso y la influencia de dialectos locales. Me siento ciertamente alagado cuando la mayoría de tayikos me confunde con un iraní, pero más que por un dominio de la lengua, que más quisiera yo, es fruto de los giros coloquiales más habituales que he aprendido y practicado en Teherán, y que aquí están un poco fuera de uso. Aún así podemos movernos por el país negociando a cada paso transporte, habitaciones y demás necesidades sin usar una sola palabra del, habitual, inglés.
En nuestro viaje nos dirigimos a una región montañosa del Pamir Central, sin objetivos concretos, dejando al azar la capacidad de sorpresa e improvisación. Marcando únicamente una cruz, en un gran mapa, rodeado de montañas sin nombre. El viaje por carretera es largo, a través de la Pamir Highway, una carretera trazada por los rusos que discurre paralela al cauce del Amu Darya y la frontera afgana.
Desde Khorogh, la capital de Gorno-Badakhsan, negociamos un coche para realizar la última etapa motorizada hasta Ghudara, una remota aldea en la cabecera del valle Bartang. Cuando llevamos un buen rato conduciendo, por una escarpada y pedregosa senda, nos encontramos con un serio obstáculo. El río ha destrozado un puente y el acceso a Ghudara en inviable por esta ruta. Sólo queda la posibilidad de dar media vuelta y remontar el valle por el norte. No perdemos más tiempo y decidimos llevar a cabo esta alternativa, a pesar de que para ello debemos de dar un gran rodeo atravesando el país en dos largas jornadas más.
Pasamos por Murghab, en el extremo oriental, próximo a la frontera con China. Este insólito lugar ha crecido en el lugar que ocupaba “Pamirski Post”, un acuartelamiento soviético que se contaba entre los destinos militares más remotos y desoladores de la antigua URSS. Durante este trayecto compartimos mesa, o mejor dicho yurta, con nómadas kirguises, que siempre hacen gala de la cordial hospitalidad del Pamir.
La carretera cada vez es peor. El asfalto roto de la Pamir Highway da paso a senderos de guijarros y barro que cruzan ríos y barrancos. Las dificultades aumentan progresivamente hasta que, definitivamente, nuestro coche se queda atrapado por la corriente del río Tanimas. Anochece y no hay manera de sacar el coche del agua, por lo que debemos de acampar e intentar al día siguiente caminar hasta Ghudara, para pedir ayuda.
Al amanecer el conductor y yo caminamos hasta el pueblo, un total de treinta kilómetros. Allí contratamos burros y arrieros para, al día siguiente, rescatar el coche y, comenzar la marcha a pie. Cuando cerramos el trato decido regresar al campamento del río Tanimas, para comunicar las novedades a mis compañeros. Llego de noche, después de otros treinta kilómetros de marcha. Tras este incidente podemos comenzar a caminar hacia los glaciares del Pamir.
Después de tres jornadas andando, los burros encuentran problemas para continuar, ya que los glaciares y morrenas empiezan a aflorar. Nos vemos obligados a despedirlos y continuar por nuestros propios medios. Emplearemos los siguientes días en reconocer el terreno y escoger un objetivo viable y atractivo. Transportamos mochilas muy pesadas y, a cada paso, nos sentimos más cerca de las mismas entrañas del Pamir. Llegamos a la morrena del gran glaciar Grum Grijmaldo, una impresionante autopista helada que da acceso a un gran número de atractivas cumbres sin nombre.
Pronto escogemos un objetivo, aparentemente seguro y viable, ya que disponemos de poco tiempo y nuestros recursos son muy limitados. Estamos sometidos a un gran aislamiento, completamente solos. Nos separan muchos días del primer punto habitado y no contamos con medios de comunicación con el exterior. Quizás esa es realmente la sensación que venimos buscando en este tipo de viajes. La motivación que perseguimos después de recorrer miles de kilómetros y que cada vez es más difícil de encontrar en montañas más populares.
El tiempo se presenta muy inestable. Nieva durante dos noches consecutivas, y tememos por la ascensión. Pero al final decidimos comenzar a subir, abriendo huella en la nieve recién caída. Seguimos la dirección que nos marca una larga y estética arista de hielo y roca. En muchos tramos la pendiente se acentúa bastante, teniendo de hacer uso de cuerdas y tornillos de hielo. Disfrutamos de la ascensión y de la vista que se abre desde este incomparable balcón del Pamir.
Creemos que la cumbre puede permanecer todavía virgen, ya que la cartografía existente no reconoce ningún nombre en este punto. Pero nos llevamos una sorpresa cuando en la misma cima de la montaña (unos 5.500 metros), encontramos unos viejos crampones, posiblemente de algún grupo ruso que paso por aquí hace bastante tiempo. No nos explicamos como han podido abandonar aquí unos crampones, ya que la ruta que hemos seguido hace obligado el uso de esta herramienta para el descenso. Posteriormente encontraríamos una arista totalmente rocosa que accede al mismo punto.
Aunque la cumbre ha sido escalada previamente decidimos ponerle un nombre, sin buscar protagonismo por ello, simplemente para que nos ayude a identificar la montaña más fácilmente. Buscamos un nombre adecuado “Sokut”, Silencio en farsi. Un guiño de complicidad y homenaje a los que han subido antes que nosostros de una manera anónima.
Deshacemos todo el camino andado, hasta Ghudara. Aunque antes de bajar al valle disfrutaremos de uno de los momentos más importantes del viaje. El pastor que habita en los pastos de alta montaña, durante cinco meses al año, nos invita a pasar un par de días con él y su familia en sus dominios. Los rusos lo llevaron hasta Moscú para trabajar de interprete de farsi, y con el paso de los años logró regresar a las montañas del Pamir donde, según sus propias palabras, se reconoce como el hombre más feliz del mundo, ya que en este lugar dispone de todo lo que necesita para vivir.
Que buenos ratos y cuantas cosas por aprender. La tertulia con nuestro anfitrión se convierte en uno de esos momentos en los que tanto agradeces haber empleado tiempo y esfuerzo en intentar aprender una lengua como el farsi. Su hospitalidad llegó hasta el punto de sacrificar un cordero en nuestro nombre y ofrecérnoslo como cena.
Personalmente, para mí, cada vez son más importantes los detalles que hacen de un viaje una experiencia única. Aprendiendo de la gente que visitas y disfrutando de cada momento, sin dar tanta importancia a los valores puramente deportivos de una ascensión.
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