martes, 29 de junio de 2021

Navegación Etak

El arte de navegar

Desde los orígenes de la humanidad el hombre ha sentido la necesidad de desplazarse, de conocer nuevos sitios, de conquistar nuevas fronteras. Sólo así se explica que seamos la especie que más éxito ha tenido en su expansión sobre el planeta. Pero para lograrlo, si no queremos que se trate de una aventura suicida o un viaje al vacío, necesitamos saber dónde estamos, a donde vamos y el camino a seguir, es decir, conocer en cada instante nuestra posición y que el rumbo nos asegure llegar a nuestro destino: navegar.


Por Ángel Alonso y Celestino Francos (OLL)

La navegación sobre tierra firme fue la primera desarrollada por el hombre. Fijándose en picos, collados, valles y los numerosos accidentes geográficos de la naturaleza, el hombre primitivo era capaz de abandonar su poblado durante días y regresar sin perderse. Seguidamente se aventuró en el mar, para lo que ya necesitó, además de la técnica de navegación a la vista de la costa o cabotaje, la técnica de la construcción naval.

Pero la cosa se complica cuando de lo que se trata es de hacer lo mismo sobre la inmensidad del mar, sin referencias a tierra. Aquí ya es necesario un conocimiento profundo de astronomía, cartografía, meteorología... y de la herramienta tanto matemática como física para realizar cálculos astronómicos y mediciones de los ángulos de las estrellas que nos permitan situarnos en un punto concreto de la esfera terrestre. Por lo que no fue hasta bien entrado el Renacimiento, cuando el hombre occidental se atrevió a la navegación oceánica. Este tipo de navegación requería conocimientos y bastante intuición para saber interpretar los signos de la naturaleza, por lo que se convirtió en un arte, el arte de navegar, que sólo unos pocos conseguían dominar.

Es sorprendente que una cultura que no conocía el metal y con una técnica matemática rudimentaria, casi inexistente, haya conseguido casi mil años antes que Colón la extraordinaria gesta de poblar una miríada de islas que se extienden en un área de treinta millones de kilómetros cuadrados en medio del Pacífico Sur. Nos estamos refiriendo a los polinesios.

Polinesia ocupa un vasto trozo de océano de forma triangular cuyos vértices lo formarían las islas de Hawai, Nueva Zelanda y Pascua. La colonización de los miles de islas que integran toda esta zona se habría iniciado desde la isla de Samoa en el año 1.000 a. C., posteriormente serían las Isla Cook, Tahití, las Islas Marquesas ya en el siglo III, Hawai y Pascua en el siglo IV y Nueva Zelanda en el siglo VIII.

Etak o hatag es el nombre que se le ha dado a esta increíble y sorprendente técnica de navegación de altura que se realiza sin el apoyo de ningún medio técnico destacable, salvo una especie de plomada que serviría para calcular la altura o la declinación de las estrellas observables en esa área del Pacífico. Ni brújula, ni sextante, ni cronómetro, ni ningún otro instrumento de navegación que no fuera la mente humana y un profundo conocimiento de las constelaciones y de los secretos de la mar y de la naturaleza.

El conocimiento de esta técnica de navegación, etak, no era fácil y precisaba de un aprendizaje lento y laborioso donde, la observación de los fenómenos naturales, como corrientes marinas, formaciones de olas al chocar y rebotar sobre las costas, así como la memorización de mapas imaginarios de las islas, requerían años de adiestramiento y mucha experiencia. Por eso el navegante necesitaba poseer cualidades especiales, como la de tener una gran capacidad espacial que le facultara para levantar un mapa cartográfico en su mente, para así poder conocer la posición relativa de decenas de islas, lo que podría utilizar a modo de carta náutica. Además de lo anterior, el navegante también debía de hacer gala de una prodigiosa memoria para poder recordar las estrellas visibles sobre el horizonte en cada estación concreta del año. Y no menos importante que las anteriores cualidades, era la de haber desarrollado una extraordinaria capacidad de observación de los fenómenos naturales para comprender el lenguaje del mar y de las nubes.

La Polinesia está bañada por los vientos Alisios del hemisferio sur, que giran en sentido contrario a las agujas del reloj y que al ser estables casi todo el año permiten navegar como si nos introdujéramos en una autopista que siempre sabemos por dónde va a pasar. Estos mismos vientos generan una corriente marina estable y constante, una especie de mar de fondo, de olas de baja frecuencia, baja amplitud y gran longitud de onda, que permiten establecer un rumbo constante. Y aquí es donde entra la habilidad del navegante que tiene que ser capaz de distinguir los diferentes tipos de olas que golpean la embarcación; la ola del viento local de otra que viene de lejos y en otra dirección, y que se pudo formar por una borrasca a más de cuatrocientas millas de distancia, además de la onda de baja frecuencia originada por el Alisio. A esto tenemos que añadir que cuando el mar golpea la costa de una isla se forman unos trenes de olas de rebote que pueden ser detectadas a decenas de millas del punto en donde se originan, indicando una dirección hacia tierra firme. La concentración de masas nubosas en los picos de las islas, el viento, que al chocar con las puntas de las islas se acelera por el efecto Venturi, dibujando sobre el mar líneas de azul más intenso debido a la cizalladura que produce el cambio de velocidad del viento entre sotavento y barlovento de las islas, el vuelo de las aves que regresan al nido después de un día de pesca (charranes o alcatraces, que se llegan a adentrar hasta cincuenta kilómetros para pescar), todo le sirve al experto navegante para hallar la posición y para fijar el rumbo. Todo un reto. 

En cuanto a la navegación nocturna, el rumbo se fija mediante el conocimiento profundo de las estrellas que en una época del año hacen su aparición sobre el horizonte. Partiendo de la situación de salida, la propia isla, se puede determinar un rumbo siguiendo el azimut de la estrella en el momento del orto (ángulo que forman su situación en el horizonte y el norte o sur geográfico), posteriormente, a medida que pasa el tiempo y la estrella gana altura sobre el horizonte y deja de servirnos de referencia, se sustituye por otra con idéntico azimut y así sucesivamente.

Pero no todo en la mar es así de fácil. Un día nuboso o lluvioso no se ven salir las estrellas, entonces el navegante recurre al etak, una especie de isla virtual ubicada en la dirección que se quiere llevar, que estaría más allá del horizonte y que le indicaría una posición relativa en relación con la nave y con alguna otra estrella observable reconocida, que le fijaría nuevamente rumbo a seguir. Ahora se navegaría como si la isla imaginaria estuviera a la vista y pusiéramos proa hacia ella. El navegante hacía coincidir una estrella visible con dicha isla imaginaria y en función del tiempo calculaba la distancia recorrida por la nave, permitiendo hacer una especie de navegación por estima. El viaje de regreso o tornaviaje se haría siguiendo el rumbo contrario que vendría marcado por el ocaso de las mismas estrellas.

Como podemos imaginar esta técnica de navegación sólo la consiguen dominar los privilegiados que consiguen hablar con el mar, el viento y las estrellas, interpretarlas y traducirlas en una situación geográfica. El etak se convierte así en un preciso y elaborado mapa virtual donde se integran conocimientos astronómicos, meteorológicos y de los fenómenos marinos que permitían a aquellos intrépidos navegantes una cosmovisión completa de su entorno y fijar la posición y calcular un rumbo.

El fenómeno de la colonización de Polinesia es sorprendente y estimula la imaginación el pensar, ¿cómo fue posible que unos hombres que prácticamente vivían en el Paleolítico fueran capaces de semejante hazaña? ¿Cuál fue su sorprendente técnica de navegación, que prácticamente desconocemos, y lo que de ella sabemos nos llena de enormes dudas sobre su eficacia? Pero el dato está ahí: a lo largo de más de mil años las islas que forman la Polinesia fueron colonizadas por un pueblo cuyo origen se encuentra en Indonesia.

Una expedición requiere una gran logística en tierra: carpinteros de ribera capaces de construir una embarcación de altura sin planos, navegantes, tripulantes cualificados, además de la capacidad de transmitir los conocimientos a las futuras generaciones.

Personalmente pienso que muy pocos serían los capacitados para adquirir esta técnica de navegación y que la mayoría de las expediciones no eran capaces de regresar a la isla de origen, tanto por la dificultad y escasa exactitud de la navegación, como por la fragilidad de las embarcaciones, que aunque resistentes no son los mejores barcos para la navegación oceánica con un mínimo de éxito, y, contando con ello, seguramente llevarían en la expedición todo lo necesario para la fundación de una nueva colonia en otra isla. Esta nueva colonia iría creciendo, pero con el paso del tiempo algunas perderían la capacidad marinera originaria que la condujo a su nueva tierra y las nuevas generaciones no serían capaces de adquirir los conocimientos necesarios para una expedición de esa naturaleza. La lejana expedición original quedaría en la mente y en el ideario de los nativos como una leyenda protagonizada por antepasados seres míticos.

Un ejemplo moderno de este fenómeno lo tenemos en la isla de Pitcairn, más conocida por el motín que se produjo en el Bounty, barco de la armada británica que sufrió un motín y el primer oficial, y varios tripulantes, secuestraron el barco, abandonaron al capitán y al resto de la tripulación, y junto con varios nativos de la isla de Tahití se refugiaron en la isla de Pitcairn. Destruido el buque, los amotinados, aunque tuvieran los conocimientos náuticos para navegar y conocieran que la Tierra era redonda, carecían de la capacidad de construcción naval que requeriría un astillero moderno, y tampoco tenían cartografía, tablas náuticas, etc. Aunque lo hubieran intentado, no hubieran sido capaces de recorrer las 1.350 millas náuticas que les separaban de la isla de Tahití. En la actualidad sus descendientes ni siquiera conocen la técnica de la navegación de altura.

Etak o hatag, a la vista de los resultados, es el auténtico arte de navegar.

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