jueves, 16 de junio de 2022

Tiputa

La Pasarela de los Dioses

Llamados Kama-Hoa-Lii, los tiburones de la Polinesia Francesa son considerados como dioses. En Rangiroa, pequeña isla del Archipiélago de las Tuamotu, sus habitantes se niegan rotundamente a pescarlos e, incluso, a molestarlos. Para ellos, el también llamado Taputapua, reencarna el alma de sus difuntos.


Por Sergio Hanquet (OLL)

Rangiroa es uno de los lugares del planeta donde se puede observar una de las concentraciones más importantes de escualos. En tan sólo una inmersión de 45 minutos es posible observar decenas de tiburones y diferenciar hasta cinco especies distintas (Punta negra, Punta blanca de arrecife, Punta Blanca oceánico, Martillos y Grises de arrecife).

Curiosamente, la mayoría de los viajeros que frecuentan la isla son buceadores ocasionales o incluso aprovechan su estancia para iniciarse,… entre tiburones. ¿Por qué no? La mejor manera de hacerlo es dentro de la laguna, y si hay mucha vida, aún mejor. Es el caso del Acuario, situado en la parte interior del Canal Tiputa. Totalmente protegido, es un lugar de inmersión cómodo de acceso, seguro y en tan solo unos diez metros de agua es posible observar una fauna tan variada como numerosa: peces mariposa, cirujanos, balistas, morenas, nudibranquios, anémonas y sus correspondientes peces payaso, rayas y pequeños tiburones punta negra.

El fondo de arena blanca está sembrado de grandes cabezas de corales que forman un laberinto, y aunque el agua no es tan limpia como en el exterior de la laguna, es un lugar muy atractivo. Pero este prólogo a nuestras aventuras marinas no justifica las largas y desesperantes horas de viaje. Nuestro objetivo es dejarnos llevar a merced de las fuertes corrientes marinas del Canal Tiputa.

El atolón de Rangiroa es el más grande de Polinesia. Sólo dos estrechos pasos se abren en sus costas y permiten, bajo el efecto de las mareas, renovar el agua de la laguna. Es en torno a estos “ríos marinos” donde se concentra la fauna, sobre todo los grandes predadores. El que protagonizara nuestra inmersión se llama el Canal Tiputa o Paso de Tiputa el otro, situado más al oeste, es el Paso de Avatoru.

Para realizar la inmersión es imprescindible hacerlo con la subida de la marea, cuando el agua del océano penetra en la laguna. En primer lugar habrá que remontar la corriente entrante, navegando, hasta salir del estrecho canal que no llega a los cien metros de anchura y situarse a resguardo de la isla. Es ahí donde empieza la inmersión sumergiéndonos en el azul. El simple hecho de dejarme caer de la neumática en el azul profundo, con la única referencia de la silueta de mis compañeros, ya es por sí gratificante: ¡qué privilegio, me siento afortunado!, y eso que aún falta por intimar con estas legendarias criaturas marinas, los tiburones de Tiputa.

Un enorme banco de barracudas nos da la bienvenida, hasta que empiezan a llegar desde las profundidades los tiburones grises. No les podría decir cuántos puede haber, pero llegué a contar más de treinta a nuestro alrededor. Sus siluetas plateadas de unos dos metros de longitud se nos acercan cada vez más, llegan por todas partes; ¡la adrenalina se desborda! Aparecen furtivamente algunos delfines que habíamos observado desde la lancha saltando en superficie, hecho que desmiente que estas dos especies no comparten nunca simultáneamente el mismo hábitat.

Desde las profundidades del océano, lo que parecía una enorme sombra se hace cada vez más real, es un tiburón martillo, ¡el grande!, quien, con sus más de cuatro metros de longitud, rastrea el fondo, cuarenta metros más abajo. Después de unos quince minutos, como programado, la corriente entrante nos lleva hacía el interior de la laguna a una sorprendente velocidad de cuatro a cinco nudos. Aquí lo único que vale es dejarse arrastrar durante unos diez minutos hasta alcanzar un barranco submarino, formado en el arrecife y que atraviesa el canal perpendicularmente, para resguardarse, parar y disfrutar de un auténtico espectáculo de la Madre Naturaleza: encima mismo de nuestras cabezas, en apenas quince metros de agua, desfilan decenas de rayas águilas, atunes, más barracudas, más tiburones, y un elegante pez espada. Un verdadero escuadrón de predadores desarrollando sus evolucionadas técnicas de caza a contracorriente.

Aunque el espectáculo no se dé por acabado, nuestra autonomía de aire nos recuerda que aún nos queda por recorrer la mitad del camino. Tan sólo basta separarnos de nuestro resguardo para planear nuevamente y sobrevolar el arrecife hacia el interior de la laguna donde la lancha –con una precisión de relojería- nos estará esperando. Sorprendente ¡Hemos recorrido, sin esfuerzo, unas tres millas bajo la superficie!

Situada al “otro lado del mundo” la Polinesia Francesa emerge del Océano Pacifico Sur en un sinfín de islas. Algunas son volcánicas, montañosas y frondosas, las otras –coralinas- apenas afloran sobre la superficie del agua en largas lenguas de arena blanca salpicada de verdes cocoteros. Se extiende sobre un territorio que casi iguala en extensión a Europa, aunque sus 118 islas y atolones cubren solamente 4.167 km² de tierra firme. La Polinesia se distribuye en cincos archipiélagos -Australes, Gambier, Marquesas, Sociedad y Tuamotú-. La isla de Tahití es el paso obligado, ya que es la única provista de un aeropuerto internacional. Pertenece al archipiélago de La Sociedad el cual se caracteriza por su origen volcánico. Desde ahí se puede viajar a cualquier lugar de la Polinesia sea por aire o por mar. Distante unos 350 kilómetros, y cuya visión desde el cielo nos desvelará su origen coralino, la isla de Rangiroa emerge del oleaje rodeados por una barrera de coral y de unas playas que se extienden hasta el infinito. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario