lunes, 19 de abril de 2021

Thor Heyerdahl

 La leyenda del hombre de la Kon-Tiki

El 18 de abril de 2002, a los 87 años, fallecía el explorador noruego Thor Heyerdahl. Biólogo, geógrafo y antropólogo, el reto de su vida fue el demostrar que, desde hace más de 5.000 años, los océanos se han constituido en importantes vías de comunicación entre culturas y civilizaciones.

Por Ángel Alonso (OLL)

Lo conocí una noche estrellada del otoño de 1998, en el entorno evocador de las Pirámides de Güímar, en Tenerife. Habituado a los grandes medios internacionales, el doctor Heyerdahl no era persona que se prodigase demasiado concediendo entrevistas pero, desde su entorno, conseguí que le hablasen de mí y que le proporcionasen un par de programas de Objetivo: La Luna… Aquello lo cambió todo y, mientras le esperaba, tuve la oportunidad de emocionarme y de prepárame para el encuentro con un personaje de leyenda, quizás el último gran explorador de una de las épocas más heroicas del mundo de la exploración que se inició a mediados del siglo XIX y duró hasta la mitad del XX.

Creo que conectamos inmediatamente y a aquel primer encuentro le sucedieron muchos más. Cuando sus viajes, investigaciones o compromisos internacionales se lo permitían, no solo tuve el privilegio y el gran honor de que participase en mi programa radiofónico, Objetivo: La Luna, sino que además, por los ratos compartidos, tuve la inmensa fortuna de aprender de su enorme experiencia y conocimientos, y, al tiempo, me sentí fascinado por cómo aquel gran hombre quería saberlo absolutamente todo sobre los modestos proyectos que, por aquel entonces, con mis humildes posibilidades trataba de llevar a cabo.

Su intensa vida comenzó el 6 de octubre de 1914 en Larvik, Noruega, y a mediados de los años treinta le lleva a la Polinesia, zona del mundo por la que el joven Heyerdahl sentía una especial atracción. Después de haber completado los estudios de Antropología, Biología y Geografía, Thor trabaja como entomólogo en las Islas Marquesas, tiempo que aprovecha para investigar las rutas migratorias polinésicas.

Pocos años más tarde, en 1942, y llevado por su espíritu inquieto, el investigador deja paso al soldado que participa como paracaidista de la unidad noruega de las Fuerzas Aliadas. Afortunadamente, la vorágine de la II Guerra Mundial no es suficiente para apartar la mente del joven científico de su teoría y, para demostrar la capacidad de navegación de los aborígenes sudamericanos a las islas del Pacífico, a la conclusión del conflicto pone en marcha la que será la gran hazaña exploratoria de su vida.

En contra de la corriente más extendida que lo encasilla como un aventurero, Thor Heyerdahl fue, ante todo, un científico que se esforzó en demostrar sus teorías realizando para ello los experimentos que consideró necesarios y, en la mayoría de los casos, su laboratorio fueron los océanos del mundo. Como él mismo dijo en numerosas ocasiones, nunca buscó la aventura, pero la aceptaba de buen grado cuando le daba respuestas a las preguntas que se hacía.

Para demostrar que, desde tiempos prehistóricos, las grandes masas de agua unen a la Humanidad y no la dividen, el doctor Heyerdahl llegó a construir cuatro embarcaciones siguiendo las mismas técnicas utilizadas por antiguas culturas. En 1947, con la primera y la más famosa, la Kon-Tiki, consiguió surcar los 8.000 kilómetros que separan el puerto de El Callao en Perú y las islas de Tuamotu, en la Polinesia, en una travesía de 101 días. Con esta expedición quiso demostrar que la Polinesia pudo haberse poblado, principalmente, desde América del Sur en lugar de, como siempre se había aceptado oficialmente, desde el sudeste asiático.

Más tarde, en 1969, con una embarcación construida según las técnicas de los antiguos egipcios, la Ra I, trata de llegar desde África a América, pero naufraga cerca de las islas Barbados en el Caribe. Como, según su criterio, se trataba de un experimento científico, Thor Heyerdahl se replantea el diseño y la construcción de la embarcación y llega a la conclusión de que el problema radicaba en la falta de una gran cuerda que recorriera toda la embarcación para hacerla más compacta. Con esta mejora y otras pequeñas modificaciones, nace la Ra II con la que en 1970 parte del puerto de Safi, en Marruecos, y, tras 51 días de navegación, llega a Bridgetown en las islas Barbados. Quedaba demostrado que los antiguos egipcios o cualquier otra cultura contemporánea, pudieron cruzar el Atlántico y llegar a América en otra época muy lejana.

Años más tarde, en 1977, el doctor Heyerdahl pretende probar la existencia de una posible ruta migratoria que, hace 5.000 años, habrían usado los sumerios para viajar de Irak al Índico. Para ello construye con juncos una nueva embarcación a la que asigna el nombre de Tigris. Sale de Qurna, en Irak, navega por el Valle del Indo y, tras cinco meses de travesía, vive uno de sus momentos más amargos, porque al llegar al puerto de Massawa, en Djibouti, decide incendiar la Tigris para llamar la atención del mundo sobre los graves problemas medioambientales que, ya por aquellos años y por primera vez en la historia, afectaron a los monzones de la zona.

Thor Heyerdahl envió una nota al secretario general de la ONU en la que denunciaba el aumento del nivel del océano, la existencia de cambios en la atmósfera, el problema del agujero de ozono y la disminución de la vegetación… Ya por aquel entonces se estaban cambiando los vientos y, con ellos, las corrientes oceánicas y el clima. Además, Heyerdahl también aprovechó para denunciar ante la Comunidad Internacional que, por aquellos años, se estaba librando en Etiopía una cruel guerra en la que diariamente morían muchas personas y que no parecía recabar la atención de los países desarrollados… El explorador pedía respeto por la naturaleza y por el hombre.

Dejando a un lado sus travesías oceánicas, el científico noruego continuó por todo el mundo con sus estudios y excavaciones en busca de pistas e información que le permitieran completar el mapamundi humano de la Prehistoria. Autor de un gran número de libros, varios de ellos auténticos mitos del género, el doctor Heyerdahl recorrió las universidades y los foros más prestigiosos del mundo exponiendo sus estudios y teorías sobre las migraciones humanas en la Antigüedad, siendo tratado como una celebridad y recibido con gran consideración por los más altos dignatarios internacionales.

Quizás la aportación directa de sus exploraciones al mundo de la ciencia podría ser que, en la actualidad, se comience a aceptar que el hombre antiguo se movía y que viajaba mucho más de lo que hasta hace poco se pensaba. Hoy día ya se empieza a entender como posible la hipótesis de que, desde que el hombre fue capaz de navegar, hubo un intercambio muy intenso entre los diferentes pueblos y culturas de la Antigüedad.

En lo que se refiere a su aportación al mundo de la exploración y la aventura, su imagen se agranda con el paso de los años y todavía tendrá que pasar aún algún tiempo para que su figura sea considerada en toda su dimensión.

Thor Heyerdahl, que vivió principalmente en Tenerife durante los últimos años de su vida estudiando las Pirámides de Güímar, murió en su casa de Italia víctima de un cáncer incurable y después de haber tomado la decisión de renunciar al tratamiento para poder, según sus propias palabras, “alcanzar el crepúsculo de forma natural”.

Todavía, hasta poco antes de morir, por su cabeza rondaban muchos proyectos de nuevas expediciones. Uno de los últimos, “ir tras los pasos de Odín” siguiendo la pista de una tribu originaria de las orillas del río Don, que en la Antigüedad pudo viajar hasta asentarse en Escandinavia y dar origen a los vikingos y a toda su mitología.

Ya han pasado casi veinte años desde su desaparición y, a veces, cuando me encuentro con un limpio y estrellado cielo nocturno, me acuerdo de cuando Thor Heyerdahl me contaba que: “Basta levantar la mirada y tenemos ante nosotros los mismos mapas y señalizaciones que guiaron a nuestros antepasados por el planeta en épocas pretéritas…”

Confieso que, en alguna ocasión, cuando las estrellas están más hermosas y brillantes, me sorprendo contemplando a un pequeño grupo de hombres avanzando entre las olas de los mares del sur… Su embarcación parece haber surgido de una máquina del tiempo y en su rudimentaria vela parece dibujarse un rostro barbudo con trazos preincaicos… Sobre la cubierta destaca la figura de un hombre que, a la usanza de los antiguos vikingos, otea el horizonte… Sería bonito pensar que, de cuando en cuando, los dioses del Valhala consienten en que Thor Heyerdahl continúe navegando entre las estrellas agrandando su leyenda… La leyenda del hombre de la Kon-Tiki.

 


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