Una incursión en el Parque Nacional Kanha
2 – II – 1998
Después del primer
fracaso buscando tigres dos años atrás, todo cuanto nos rodea ahora hace
prometer éxitos inminentes. A la luz de la hoguera donde Rajid Singh nos ofrece
cacahuetes recién tostados y deliciosas guindillas verdes, preparamos la
primera incursión en el Parque Nacional Kanha, el mejor lugar del mundo para
ver tigres. Huele a humedad y a los intensos olores de
Por Fernando González Sitges (OLL)
La llegada ha sido tan accidentada como cabía esperar.
Maletas perdidas, retraso en los aviones de enlace entre Bombay y Nagpur, parte
de nuestro equipo desviado hacia Delhi... Pero estamos aquí, en el corazón de
las selvas de Kipling, oyendo la tormenta que se aleja en un horizonte oculto
por las montañas, la selva y esta preciosa noche sin luna. Son los restos de la
tempestad que nos ha retenido en un poblado cercano, apenas cinco kilómetros
atrás, mientras ríos improvisados cortaban carreteras y senderos inmovilizando
a personas y animales. Ha sido un espectáculo majestuoso; un despertar a
nuestro regreso a
Secos y confortables junto al fuego, escuchamos con interés las historias que Rajid nos cuenta sobre Kanha. Las esperanzas renacen. Hace dos años intentamos encontrarnos con los tigres en Sariska y Ranthambore, dos de los parques más emblemáticos de la India y las dos joyas del Proyecto Tigre, el proyecto que salvó a los tigres de la extinción a mediados del siglo pasado. Por desgracia nuestro resultado puso en evidencia que el Proyecto que creara Indira Ghandi ha perdido fuerza desde su muerte y los tigres han pagado un precio muy alto por ello. Entonces no fuimos capaces de ver un solo felino en las dos semanas que pasamos en estos antiguos cazaderos de los maharahás locales. Tal vez este nuevo destino nos depare una suerte diferente. Las enormes selvas que rodean al parque así parecen indicarlo.
Nos retiramos agotados y felices. Los ladridos de los
perros nos acompañan hasta nuestras habitaciones. Los empleados están
nerviosos. Temen que, una vez más, un leopardo ronde el campamento. Aún más
deben temerlo los perros sabiéndose la presa que buscan aquí los leopardos.
4 – II – 1998
…La selva ha enmudecido de pronto. Aún más que los acontecimientos que se sucedieron a continuación, el silencio de la selva me ha impresionado profundamente. Fue poco después de las ocho y adelantaba una maravillosa sorpresa. ¡Por fin hemos tenido nuestro primer encuentro con un tigre!
Entramos en el parque poco después de las seis de
Grabamos las primeras imágenes en las praderas: barasingas, chitales, ruidosos pavos reales, algunos alegres langures... Pero la sorpresa nos esperaba en el interior de una de las manchas de selva. Camino del campamento de los mahouts - los conductores de elefante que nos llevarán por el interior de Kanha en las próximas semanas - el conductor detuvo el coche. Sobre la arena de la pista sus ojos expertos han encontrado un rastro. El hombre desciende del vehículo, se agacha junto a las huellas y mirándonos, con apenas un murmullo de voz, nos dice: “Sher, el tigre”.
De inmediato saltamos del pequeño todo terreno y nos
acercamos nerviosos a ver las huellas.
Nuestro guía reconoce el rastro con detenimiento. Las huellas siguen la
pista de arena durante doscientos o trescientos metros y luego se internan en
En ese momento, a nuestra izquierda, una enorme cabeza de
color fuego aparece desde las sombras de
9 – II – 1998
La lluvia de insectos desde los árboles es interminable. Mi interés se divide entre los animales de extrañas formas que corretean por nuestras camisas y se enredan en nuestro pelo desordenado y aquellos que evidentemente son venenosos y nos quitamos unos a otros con sonoros manotazos. Sobre los elefantes que nos introducen allí donde ningún otro vehículo podría llegar, se viven momentos que mezclan la hilaridad con el pánico. Hay en especial unas bolsas en forma de pera, fabricadas con hojas verdes de un árbol que desconozco, que aparecen como piñatas colgadas de las ramas y que invitan a golpearlas de un modo reflejo. ¡Enorme error! Cada una de ellas contiene una colonia de endiabladas hormigas rojas que salen despedidas con el impacto y, si te caen encima, te pueden provocar importantes heridas con sus picaduras venenosas.
Pero, a pesar de todos estos inconvenientes a los que pronto nos acostumbramos, los paseos en elefante se convierten en una experiencia estimulante, en una forma natural de entrar en un mundo prohibido al hombre civilizado.
Los mahouts nos han acogido en su comunidad gracias al trabajo de Pablo. Con los ingleses de la BBC, que llevan aquí más de año y medio, se muestran profesionales y fríos y les dispensan un trato aséptico. Con nosotros hubiera pasado lo mismo si Pablo no hubiera tenido la feliz idea de invitarles a compartir una botella de güisqui cuando estuvimos rodando cómo limpiaban y cuidaban a sus elefantes. La deferencia hacia ellos, un gesto impensable para el productor inglés, nos ha abierto su confianza. Y ahora nos llevan al interior de la jungla a ver el apareamiento de los tigres; algo que aún no se ha conseguido rodar nunca y que los ingleses llevan buscando desde que llegaron a Kanha.
Dos horas largas abriendo selva con nuestras colosales monturas nos llevan a un valle de densa vegetación. El mundo se cubre de voces lejanas y evocadores; animales ocultos de formas y costumbres desconocidas, privadas, ajenas a nuestra especie. Un denso olor a vida cubre la selva. El mahout que abre la marcha se vuelve y, en un hilo de voz, nos avisa que el macho descansa frente a nosotros. Ninguno le habíamos visto. Las rayas de su cuerpo se funden con el juego de luces y sombras de la espesura difuminando el contorno del enorme animal que jadea tranquilo a no más de cincuenta metros. Podríamos haber pasado por delante de sus narices sin haberlo visto.La muerte puede tomar las formas más hermosas en el interior de la jungla.
No pasan diez minutos cuando la hembra sale de la selva a nuestra izquierda y, sin hacernos el menor caso, pasa por delante de los elefantes y se pavonea frente al macho. Este no aguanta la provocación y se levanta de inmediato intentando aparearse. La hembra entonces lo rechaza varias veces y por fin, cuando el pretendiente parecía dispuesto a arrojar la toalla, se agacha y permite el acoplamiento. Sobre los elefantes sólo se oye el leve roce de la cinta de grabación. Nadie puede creer que estemos consiguiendo las primeras imágenes del apareamiento de los tigres. Pocos segundos después el macho concluye y la hembra, en respuesta, le gruñe con una ferocidad insólita y sólo gracias a los reflejos del primero, que se aparta como un resorte de la espalda de su pareja, consigue librarse de un zarpazo formidable. Ahora comprendemos la triste realidad del famoso “salto del tigre”.
Enfurecido por el trato el macho se vuelve para
encontrarse de narices con nuestro primer elefante, el más pequeño de los dos y
el que lleva a nuestro cámara a sus espaldas. Entonces suceden tres cosas a
Un olor a almizcle y a selva queda suspendido en el aire.
Luego los sonidos de la jungla reaparecen poco a poco. El mahout se
vuelve y nos mira. Su carcajada franca inunda
Me siento profundamente vivo.
Fernando González Sitches es zoologo, criptozoólogo, director de documentales y director ejecutivo de la Fundación Bioparc.
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