jueves, 25 de noviembre de 2021

Tras los últimos tigres de la India

Una incursión en el Parque Nacional  Kanha

2 – II – 1998

Después del primer fracaso buscando tigres dos años atrás, todo cuanto nos rodea ahora hace prometer éxitos inminentes. A la luz de la hoguera donde Rajid Singh nos ofrece cacahuetes recién tostados y deliciosas guindillas verdes, preparamos la primera incursión en el Parque Nacional Kanha, el mejor lugar del mundo para ver tigres. Huele a humedad y a los intensos olores de la jungla. En el cielo, recortándose contra las estrellas, cientos de zorros voladores, murciélagos gigantescos e inofensivos, sobrevuelan en silencio nuestro fuego.

Por Fernando González Sitges (OLL)

La llegada ha sido tan accidentada como cabía esperar. Maletas perdidas, retraso en los aviones de enlace entre Bombay y Nagpur, parte de nuestro equipo desviado hacia Delhi... Pero estamos aquí, en el corazón de las selvas de Kipling, oyendo la tormenta que se aleja en un horizonte oculto por las montañas, la selva y esta preciosa noche sin luna. Son los restos de la tempestad que nos ha retenido en un poblado cercano, apenas cinco kilómetros atrás, mientras ríos improvisados cortaban carreteras y senderos inmovilizando a personas y animales. Ha sido un espectáculo majestuoso; un despertar a nuestro regreso a la selva. Los recuerdos de Madrid van quedándose atrás.

Secos y confortables junto al fuego, escuchamos con interés las historias que Rajid nos cuenta sobre Kanha. Las esperanzas renacen. Hace dos años intentamos encontrarnos con los tigres en Sariska y Ranthambore, dos de los parques más emblemáticos de la India y las dos joyas del Proyecto Tigre, el proyecto que salvó a los tigres de la extinción a mediados del siglo pasado. Por desgracia nuestro resultado puso en evidencia que el Proyecto que creara Indira Ghandi ha perdido fuerza desde su muerte  y los tigres han pagado un precio muy alto por ello. Entonces no fuimos capaces de ver un solo felino en las dos semanas que pasamos en estos antiguos cazaderos de los maharahás locales. Tal vez este nuevo destino nos depare una suerte diferente. Las enormes selvas que rodean al parque así parecen indicarlo.

Nos retiramos agotados y felices. Los ladridos de los perros nos acompañan hasta nuestras habitaciones. Los empleados están nerviosos. Temen que, una vez más, un leopardo ronde el campamento. Aún más deben temerlo los perros sabiéndose la presa que buscan aquí los leopardos.

 

4 – II – 1998

…La selva ha enmudecido de pronto. Aún más que los acontecimientos que se sucedieron a continuación, el silencio de la selva me ha impresionado profundamente. Fue poco después de las ocho y adelantaba una maravillosa sorpresa. ¡Por fin hemos tenido nuestro primer encuentro con un tigre!

Entramos en el parque poco después de las seis de la mañana. Un frío intenso levantaba brumas del suelo empapado por las tormentas de noches anteriores. Siluetas de grandes árboles se perfilaban como fantasmas escoltando la pista que nos metía más y más hacia el corazón de Kanha. El sol fue ganando terreno. La luz que despejaba rápidamente las brumas nos descubrió un paisaje que traía recuerdos de inolvidables días en las sabanas del este de Africa. Aquí y allá algunas lagunas, que aquí llaman thals, atraían a barasingas de grandes cornamentas que pastaban metiendo la cabeza bajo el agua en busca de algas suculentas. Estos ciervos de los pantanos, desconocidos para la mayoría de los indios y, según imagino, para la casi totalidad de los españoles, se salvaron de la extinción en este parque. Su imagen en esta mañana dorada y progresivamente más cálida me hace recordar lo poco que sabemos sobre el increíble patrimonio natural de la India; un país cuyas gentes atraen el turismo de todo el mundo pero cuya naturaleza desaparece rápidamente sin que nadie repare en su valor. ¿Es que nadie ve que es el único patrimonio real de millones y millones de hindúes? ¿Es que no adivinan las terribles consecuencias de perderlo? 

Grabamos las primeras imágenes en las praderas: barasingas, chitales, ruidosos pavos reales, algunos alegres langures... Pero la sorpresa nos esperaba en el interior de una de las manchas de selva. Camino del campamento de los mahouts - los conductores de elefante que nos llevarán por el interior de Kanha en las próximas semanas - el conductor detuvo el coche. Sobre la arena de la pista sus ojos expertos han encontrado un rastro. El hombre desciende del vehículo, se agacha junto a las huellas y mirándonos, con apenas un murmullo de voz, nos dice: “Sher, el tigre”.

De inmediato saltamos del pequeño todo terreno y nos acercamos nerviosos a ver las huellas.  Nuestro guía reconoce el rastro con detenimiento. Las huellas siguen la pista de arena durante doscientos o trescientos metros y luego se internan en la selva. En ese momento el guía hace una señal y llama nuestra atención. En un principio no entendemos, pero el hombre nos aclara: “La jungla guarda silencio. El tigre anda cerca”. Pocas veces en mis años de rodaje he sentido una sensación parecida, mezcla de emoción, vitalidad y miedo a partes iguales. Toda la inmensidad de la selva frente a nosotros permanece en absoluto silencio en una imagen difícil de imaginar si no se tiene delante. Rajid, nuestro anfitrión, nos explica con un susurro de voz que cuando un tigre anda por la selva los animales se avisan y todos enmudecen. Luego nos previene: pronto aparecerán las llamadas de alarma de los animales que delatan al tigre. Un grito corto y agudo corrobora sus palabras. Es un sambar, uno de los grandes ciervos de la India, el que lanza desde la espesura su “alarm call”. 

En ese momento, a nuestra izquierda, una enorme cabeza de color fuego aparece desde las sombras de la espesura. Dos ojos penetrantes e inolvidables se clavan en nosotros. Los doscientos metros que nos separan del coche se convierten en una eternidad. El animal más impresionante que he visto en mi vida nos mira con una superioridad desconcertante. Por un momento parece que el universo se hubiera detenido. Rajid y el guía parecen petrificados. El tigre, un macho formidable, se adelanta entonces con movimientos elásticos y elegantes. Da la sensación de que no tocara el suelo. Comprendemos que tiene todo bajo su control; lo podemos sentir de una forma animal, instintiva. Mientras camina frente a nosotros comprendemos que, aunque no nos mira, sabe en todo momento lo que estamos haciendo.

 

9 – II – 1998

La lluvia de insectos desde los árboles es interminable. Mi interés se divide entre los animales de extrañas formas que corretean por nuestras camisas y se enredan en nuestro pelo desordenado y aquellos que evidentemente son venenosos y nos quitamos unos a otros con sonoros manotazos. Sobre los elefantes que nos introducen allí donde ningún otro vehículo podría llegar, se viven momentos que mezclan la hilaridad con el pánico. Hay en especial unas bolsas en forma de pera, fabricadas con hojas verdes de un árbol que desconozco, que aparecen como piñatas colgadas de las ramas y que invitan a golpearlas de un modo reflejo. ¡Enorme error! Cada una de ellas contiene una colonia de endiabladas hormigas rojas que salen despedidas con el impacto y, si te caen encima, te pueden provocar importantes heridas con sus picaduras venenosas.

Pero, a pesar de todos estos inconvenientes a los que pronto nos acostumbramos, los paseos en elefante se convierten en una experiencia estimulante, en una forma natural de entrar en un mundo prohibido al hombre civilizado.

Los mahouts nos han acogido en su comunidad gracias al trabajo de Pablo. Con los ingleses de la BBC, que llevan aquí más de año y medio, se muestran profesionales y fríos y les dispensan un trato aséptico. Con nosotros hubiera pasado lo mismo si Pablo no hubiera tenido la feliz idea de invitarles a compartir una botella de güisqui cuando estuvimos rodando cómo limpiaban y cuidaban a sus elefantes. La deferencia hacia ellos, un gesto impensable para el productor inglés, nos ha abierto su confianza. Y ahora nos llevan al interior de la jungla a ver el apareamiento de los tigres; algo que aún no se ha conseguido rodar nunca y que los ingleses llevan buscando desde que llegaron a Kanha.

Dos horas largas abriendo selva con nuestras colosales monturas nos llevan a un valle de densa vegetación. El mundo se cubre de voces lejanas y evocadores; animales ocultos de formas y costumbres desconocidas, privadas, ajenas a nuestra especie. Un denso olor a vida cubre la selva. El mahout que abre la marcha se vuelve y, en un hilo de voz, nos avisa que el macho descansa frente a nosotros. Ninguno le habíamos visto. Las rayas de su cuerpo se funden con el juego de luces y sombras de la espesura difuminando el contorno del enorme animal que jadea tranquilo a no más de cincuenta metros. Podríamos haber pasado por delante de sus narices sin haberlo visto.La muerte puede tomar las formas más hermosas en el interior de la jungla.

No pasan diez minutos cuando la hembra sale de la selva a nuestra izquierda y, sin hacernos el menor caso, pasa por delante de los elefantes y se pavonea frente al macho. Este no aguanta la provocación y se levanta de inmediato intentando aparearse. La hembra entonces lo rechaza varias veces y por fin, cuando el pretendiente parecía dispuesto a arrojar la toalla, se agacha y permite el acoplamiento. Sobre los elefantes sólo se oye el leve roce de la cinta de grabación. Nadie puede creer que estemos consiguiendo las primeras imágenes del apareamiento de los tigres. Pocos segundos después el macho concluye y la hembra, en respuesta, le gruñe con una ferocidad insólita y sólo gracias a los reflejos del primero, que se aparta como un resorte de la espalda de su pareja, consigue librarse de un zarpazo formidable. Ahora comprendemos la triste realidad del famoso “salto del tigre”.

Enfurecido por el trato el macho se vuelve para encontrarse de narices con nuestro primer elefante, el más pequeño de los dos y el que lleva a nuestro cámara a sus espaldas. Entonces suceden tres cosas a la vez. El tigre descarga su frustración contra el elefante con un bufido que nos hiela la sangre y se lanza sobre él. Los mahouts lanzan un grito ronco que se eleva sobre los demás sonidos. Y, en respuesta, el mayor de los elefantes, un magnífico macho que nos transporta a Mario, a Pablo y a mí, brama de forma atronadora y se interpone entre el tigre y el elefante menor. La acción parece desarrollarse a cámara lenta. La espantosa mueca del tigre, la cara de terror de nuestro cámara, el avance colosal del gigantesco elefante... son imágenes que se nos han grabado para siempre en la memoria.

Un olor a almizcle y a selva queda suspendido en el aire. Luego los sonidos de la jungla reaparecen poco a poco. El mahout se vuelve y nos mira. Su carcajada franca inunda la selva. Y el mundo vuelve a existir. 

Me siento profundamente vivo.

Fernando González Sitches es zoologo, criptozoólogo, director de documentales y director ejecutivo de la Fundación Bioparc.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario