jueves, 16 de diciembre de 2021

Cusco

Entrañable y eterna ciudad Inca


Segunda Parte

De nuevo, como en un ritual, seguí en dirección al Huacaypata. No concibo la llegada al Cusco sin pasar por su plaza principal antes de dirigirme a cualquier otro lugar, pues la plaza es el centro vital, donde todo confluye, tanto geográfica como socialmente. Pero antes de llegar, en el camino ascendente y bajo este tenaz sol que atraviesa un nítido cielo turquesa, tuve una de las visiones más placenteras de esta ciudad: a mi derecha tenía el Coricancha, el principal complejo sagrado con templos al Sol, la Luna, estrellas, y todos los elementos celestes. Sus paredes estuvieron completamente cubiertas por planchas de oro y en él se guardaba el gran disco solar. Tras haber sido convertido en tiempos de la Colonia en el Convento de Santo Domingo, actualmente ha recuperado su identidad indígena. Los religiosos dominicos ahora habitan un edificio anejo y este recinto vuelve a ser el Coricancha, “Recinto de Oro”.


Por María del Carmen Valadés (OLL)

Ante el templo se extiende un gran “Jardín de Oro”, donde fueron encontradas numerosas figuras trabajadas en oro macizo que representaban llamas, árboles, personas y frutas sagradas dedicadas al Sol, junto a fuentes y adoratorios. En este recinto se viene celebrando, como hace más de quinientos años, la gran Fiesta del Inti Raymi, en los quechuas rinden culto al Sol cada 24 de junio, comienzo del solsticio de invierno (en el hemisferio Sur).

En la capital del Imperio se reúnen un gran número de quechuas que acuden desde todo el Perú, de las cuatro partes del antiguo Tahuantinscuyu. Los rituales tradicionales son celebrados en el Coricancha por una persona que representa al Inca, acompañado de sus sacerdotes y vírgenes del Sol. El gran Jardín de Oro es el escenario de las danzas, cantos y oraciones que el pueblo quechua dedica al Sol. Posteriormente, todos se dirigen al cerro de Sacsayhuaman, donde realizan ofrendas y oran para que su padre, Inti, no esté mucho tiempo alejado de la Tierra y beneficie con su calor las cosechas de maíz, papas, quinuma y otros cereales. Por la vigencia de estas creencias, la fiesta no es una representación sino una vivencia profunda.

La última vez que estuve aquí, en el Cusco, fue para participar en esta gran fiesta. No puedo negar que me impresioné hondamente cuando el Sol asomó por una de las esquinas del Coricancha, posando sus primeros rayos sobre el gran disco solar P’unchau, de manera que estos eran reflejados sobre la túnica de planchas doradas del Inca, haciéndole resplandecer como el mismo “Hijo del Sol”, Intiq Churin.

En aquel día festivo alguien me dijo: “Debes saber que el Los Andes no hay creencia religiosa sin fiesta, ni fiesta sin trago”. Así que me dejé llevar junto a los demás participantes hasta el Huacaypata para tomar rituales trago de chicha. Este destilado de maíz fermentado es su bebida sagrada y la consumen para entrar en contacto con el mundo superior, el Hanaq Pacha, trance que, si va acompañado de la euforia que da el alcohol se les hace más apetecible.

Ahora en la plaza no había algarabía. En los soportales coloniales que recorren el recinto cuadrangular, veía sentadas a las mamachas serranas que vienen a vender textiles, ponchos, chompas (jerseys); a los artesanos, bohemios practicantes del culto al Sol, cuyas creencias reflejan en su fino arte de grabar la plata con símbolos indígenas; también pasan por aquí los habladores, contadores de historias antiguas y chibolos que venden o hacen trueque con sus acuarelas y chumbis, esos cinturones de lana con los colores del arco iris, que es la bandera del Tahuantinsuyu y representa los siete radios de la sabiduría. Los quechuas consideran que este imperio sigue vivo en su interior y lo aplican a su geografía: a su tierra la llaman Perú los mestizos, criollos y blanquiñosos, pero ellos siguen nombrándola en quechua, cuyo significado es “Reino de las Cuatro Regiones”.

El Huacaypata puede considerarse la primera plaza cuadrada que habitaron los españoles. Sirvió de inspiración para las que posteriormente edificaron el Península, que hasta entonces habían sido ovales, circulares o irregulares, como la del Trujillo extremeño, cuyos soportales quiso reflejar Pizarro cuando construyó en 1534 el Cuzco colonial sobre este Q’osco inca. Esta es la única plaza del mundo que alberga dos iglesias con categoría de catedral: la Principal y la de la Compañía, los máximos ejemplos del barroco mestizo en el Perú.

Al entrar en la Catedral, te sientes rodeado de la esencia del sincretismo religioso andino. Terminada en el siglo XVII, guarda bellos tesoros artísticos en madera de cedro y pinturas de la Escuela Cusqueña, como la inusual Última Cena, cuyas viandas incluyen cuy, el conejillo de indias que es comida típica del Cusco. Su campana, María Angola, es la más grande de América y fue fundida en bronce y oro, lo que hace su tañido tan potente que se escucha en cuarenta kilómetros a la redonda.

El perímetro de la plaza lo conforman los antiguos palacios reales. Cada soberano se construía uno distinto, dejando el del antecesor como mausoleo, donde su familia veneraba el mallqui, su cuerpo momificado y a la estatua que le había acompañado en vida, que representaba su otro “yo”: su huayque o hermano. Los muros nobles que hoy dan vida a restaurantes, librerías, cafés, discotecas, pertenecieron a los Incas Sinchi Roca, Viracocha, Inca Yupanqui, Pachacútec y Huayna Cápac, junto a un Aclla Huasi, Casa de las Vírgenes del Sol.

La plaza es tranquila y apacible. Pero en la antigüedad era el lugar donde se celebraban los rituales del llanto. Huacaypata significa “Lugar del Llanto”, donde se ofrecían quejidos y lamentos al Sol para conmiserarse con él, pero el rito no era tan amargo, pues después se pasaba a la plaza contigua, que llaman del Regocijo o Kusipata, donde procedían a las más sonoras algarabías para alegrar a Inti.

En mi recorrido, que me resistía a dejar de considerar como ritual, por este Cusco mágico, seguí estas pautas y me dirigí al Kusipata. Unos altavoces emiten día y noche melodías para el regocijo de los viandantes. En sus bancos leen, charlan e incluso dormitan aquellos que buscan un momento de armonía. Ya veo que aquí el ocio como tal no existe, pues si no tienes nada que hacer, al menos, escuchas música. Los tres principios que regían el comportamiento de la sociedad inca y que perduran hasta hasta hoy son: “Ama sua, ama llulla, ama q’ella”, “No mientas, no robes, no seas ocioso”. Como en respuesta a mis dudas sobre esto, noté la presencia de un “lustrín”, jalándome mis botas para limpiármelas. Al decirle que yo le daba lo que necesitara sin más, insistía en ofrecerme otra cosa a cambio: dulces, jarritas de barro, algo para completar el trueque, para saberse merecedor de esos soles. Verdaderamente, tenía ante mí la nobleza del quechua.

                                                                                Fin de la Segunda Parte 

María del Carmen Valadés es historiadora y arqueóloga especializada en culturas andinas. Ha participado en numerosas expediciones y excavaciones en la zona. Entre otras lenguas, habla el idioma quechua.

 

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